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Re-comenzar en confianza

Tras meses de confinamiento y de no poder compartir nuestra vida con las personas que nos importan, tras una Cuaresma sin encuentros, una Semana Santa sin pasos, una Pascua sin aleluyas y un final de curso sin curso y sin final, por fin llegó el verano. Un tiempo de reencuentros, una oportunidad de recuperar los paseos y los viajes —no sin limitaciones— y una época propicia para compartir con los nuestros momentos en los que evocar esos fantasmas que nos atenazaron como un mal sueño que todos deseamos haya quedado definitivamente en el pasado.

Algunos nubarrones quedan en el azul cielo del verano, dudas y miedos que no acaban de disiparse:

¿podremos reunirnos con normalidad este nuevo curso que se nos presenta?;

¿nos dejarán volvernos a encontrar con los que tanto hemos añorado durante el aislamiento —aun sabiendo que a muchos sólo volveremos a encontrarles en el cielo, porque el virus se los ha llevado—?; ¿cómo será esa «nueva normalidad» en nuestro querido movimiento de «Vida Ascendente» ?; ¿qué pasará si hay rebrotes de la enfermedad este otoño?

Demasiadas cosas nos ocupan, nos preocupan y nos quitan la serenidad que creíamos haber alcanzado con el paso de los años.

«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10, 28).

Tenemos la sensación de que todo el mundo se ha preocupado tanto de los mayores, de que no se infectaran, de que se aislasen y no entrasen en contacto con nada que puede vulnerar su salud, que corremos el peligro de vivir lo que algunos técnicos han denominado el «síndrome de la cabaña»: «Yo era de salir poco, solo a la compra, a misa y a «vida ascendente », pero ahora ya no salgo para nada, mis hijos o mis nietos me traen lo que necesito y me lo dejan en la puerta, la misa la veo en la tele y mi relación con mis amigos del movimiento la mantengo por medio del móvil». ¿A que nos suena?

Tenemos que agradecer mucho, muchísimo a quienes se han ocupado de que estemos bien y por eso nos han protegido tanto, pero el miedo a lo que pueda venir no nos debe paralizar.

Tenemos que recuperar la ilusión, la esperanza y la alegría de encontrarnos.

Lo haremos con todas las medidas necesarias, con mascarillas, guardando distancias y al

aire libre si es necesario y posible, pero tenemos que hacer un inicio de curso por todo lo alto, con las celebraciones que no pudimos hacer para acabar el anterior, con la alegría del reencuentro con los hermanos y sabiendo que donde dos o tres estamos reunidos en su nombre, allí está Él en medio…

Es verdad que quizás no sea prudente todavía hacer grandes concentraciones

interdiocesanas, pero como consiliario general estoy dispuesto a acudir allá donde me llaméis para seguir animando, acompañando y formando a todos los queridos amigos de «Vida Ascendente», si no engrandes grupos, en pequeñas comunidades, como hacían los apóstoles con las primeras comunidades cristianas.

Tres frases que debemos grabarnos para comenzar un nuevo curso: nadie sin esperanza, nadie sin ilusión, nadie solo…

Mucho ánimo, que Jesús sigue cuidando de nosotros.

Jose Ignacio Figueroa

Consiliario general