La navidad signo de Esperanza y alegría
La navidad es una época especial del año donde se renueva el amor y la esperanza en nuestros corazones. El nacimiento de Cristo nos hace caer en la cuenta que estamos en las manos de Dios, su nacimiento vino hacernos consciente de la grandeza del ser humano. Desde el comienzo de la vida hasta el final, Cristo está con nosotros.
Cristo nos invita vivir la esperanza como el motor que mueve nuestras vidas cada día, que nos impulsa y anima. Para esto que sonreírle a la vida y vivirla con alegría, porque nuestro Salvador está ahí para darnos esa alegría plena en el Amor de Dios.
Somos conscientes de que a todos nos cuesta decidirnos a practicar la risa, a vivir en una alegría continua, porque los grandes problemas, problemas vitales, que nos sacuden a todos los niveles, nos preocupan y nos sumen en una tristeza profunda; pero el ser humano sabe que ha sido creado para ser feliz y la alegría es la gran fuerza para vencer todos los obstáculos posibles.
La alegría, como casi todo en nuestra vida, es una elección. Elegimos el estar alegres y lo hacemos en cada momento de nuestra vida. La persona alegre se ríe de todo y por todo; su sonrisa es profunda y brota de la fe, de la esperanza y del amor. Es la fe en la presencia del Señor la que nos llena de gozo y nos empuja a vivir en alegría permanente; es la confianza que tenemos en el Señor la que nos llena de paz y fortaleza.
El poder de la alegría es inmenso. Sabemos que un poco de alegría vale más que todo el oro del mundo y su poder es inmenso. Son innumerables los beneficios que acarrea una simple sonrisa: ahuyenta la tristeza, la melancolía, la depresión; rejuvenece, sana las heridas del pasado, abre horizontes y pone alas en el alma. La sonrisa es la mejor medicina para el cuerpo y para el alma. Es claro el libro de los Proverbios cuando afirma: “el que en su corazón tiene la alegría vive una continua fiesta”.
Pon alegría en tu vida. Esta debe ser nuestra tarea. Sí, conscientes del poder de la alegría, tenemos que poner alegría en nuestra vida, tanto al amanecer como al anochecer. Estar alegre al amanecer, cuando empieza a aparecer la luz, cuando todo va bien, cuando los aplausos y éxitos se multiplican, el sonreír entonces, es muy fácil. Ya no lo es tanto cuando la noche se acerca, cuando se apagan todas las luces, cuando acaba de caerse el alma a pedazos, cuando se derrumban los proyectos más hermosos, cuando se rompe el hogar, cuando las cosas van cuesta arriba, entonces es muy difícil levantarse, comenzar de nuevo con alegría, como si no hubiese pasado nada. Entonces, hay que hacer un mayor esfuerzo por sonreír, por mantenerse alegres, aunque cueste.
“Jesús es la alegría, ¡No se necesita buscar más en otra parte!”, decía el papa Francisco. San Pablo exhortaba a los tesalonicenses y a los filipenses a alegrarse siempre en el Señor. Jesús vino a traer alegría a todos y para siempre; su presencia es causa de nuestra verdadera alegría. Si ponemos los ojos en Él, tendremos una gran alegría y seremos capaces de sonreír “a mediodía y a media noche”.
Padre Frankelo (de Santo Domingo)