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Hermana Nayda Núñez: La espiritualidad del adulto mayor

 

La hermana de la Congregación de las Hermanas Hijas de la Alta Gracia nos cuenta su experiencia en las residencias de ancianos de Santo Domingo:

Comienzo destacando la diferencia entre una persona anciana que ha llevado una vida espiritual sólida frente a otra que ha llevado una vida de ignorancia espiritual. La primera cuando llega a la residencia es bondadosa, paciente y vive con esperanza. La segunda llega con tristeza, decepción, se encuentra desorientada, añora el pasado y se aísla, haciendo eterna su soledad.

Muchos ancianos que nos llegan son de familias pobres, analfabetos que en su juventud solo se preocuparon de trabajar y no formaron un hogar estable. ¿Cómo hablar de Dios a estas personas? - Primero, mostrar el amor de Dios es escucharlos y acompañarlos, y luego puedes hablarles de Dios. Primero descubres su historia y desde allí los llevas por el camino del encuentro con Dios.

Llegar a la vejez tiene su complicación, pero también tiene su riqueza. Se puede vivir como una gracia y no como una enfermedad o un final. El paso de la juventud a la madurez y luego a la vejez puede doler si no estás preparado para ella, porque la juventud está sobrevalorada. Las arrugas que van apareciendo en el rostro no deben ser vistas como índice del final. Ese rostro expresa el final de un largo camino, es memoria de momentos buenos y malos. Nos debe llenar de orgullo mientras recorremos el largo camino de nuestra vida.

Debemos mirar los cambios en nuestro cuerpo no como una fealdad, sino como un proceso. La oportunidad que Dios nos ha dado de alcanzar esa edad. Debemos contemplar la vida como algo breve, que es más bello cuando se acepta serenamente. Una puesta de sol es tan hermosa como un amanecer. Al llegar a la senectud debemos mirar la vida con gratitud, sin añoranza.

La madurez ayuda a mirar la vida sin el ímpetu de la juventud, no hay que tenerle miedo, es una época para soñar despierto. Nos dice el capítulo XX de los Proverbios, verso 29: “La fuerza es el orgullo de los jóvenes, las canas el honor de los viejos” En este sentido nos dice el Papa San Juan Pablo II: La vejez es la coronación de los escalones de la vida, en ella se cosechan los frutos de lo aprendido y de lo experimentado, los frutos de lo sufrido y de lo soportado. Es la parte final de una gran sinfonía, cuya armonía concede sabiduría. Es sabiduría, pero hay que saberla entender.

Quien tiene una fuerte experiencia espiritual está satisfecho con la vida y se adapta a lo que le ha tocado vivir. He visto que la fe ayuda a superar las limitaciones de la enfermedad y el abandono por parte de la familia. La persona que ora tiene estilos de vida más saludables y es menos propensa a la depresión, no tiene temor a la muerte.

La vida espiritual en el adulto mayor puede dejar de ser saludable cuando se centra en los sentimientos de culpa. Es la contraparte dolorosa de la espiritualidad. En esta situación necesita especialmente la persona mayor apoyo y comprensión para evitar la depresión que acerca a la muerte con sentimientos de culpa.

Para concluir, una vida espiritual ayuda a ver la vejez de manera positiva. Esto ayuda a:

 

  • Disminuir los niveles de estrés
  • Fomentar las habilidades sociales
  • Disfrutar del tiempo libre
  • Fortalecer las relaciones de pareja
  • Fomentar una actitud más empática
  • Aumentar la calidad y esperanza de vida
  • Mantener cuerpo y alma activos
  • Elevar la auto estima

 

Para lograr esto debemos creer que nunca es tarde para seguir alcanzando metas, para ello debemos fomentar actitudes como:

 

  • Cuidar nuestra apariencia física
  • Tener una mente abierta a los cambios
  • Afianzar las relaciones sociales
  • Estar abierto a lo nuevo
  • Aceptar las limitaciones
  • Expresar sin miedo nuestros sentimientos
  • Tomar las riendas de nuestra vida
  • Buscar y aceptar apoyo
  • Ser útiles, colaborando en la comunidad