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Homilía del Papa Francisco - Plaza de San Pedro - 27/03/2020

 

El viernes 27 de marzo, el Papa Francisco presidió una oración por el mundo agobiado por la pandemia: una imagen impresionante y sin precedentes, que despierta una emoción muy fuerte, la del Santo Padre, sola, frente a la Plaza de San Pedro, completamente vacía... Aquí hay algunos extractos de su discurso en los que meditaba sobre el texto de la tormenta calmada:

" Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa... Esta tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad…   En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo...».

 Denunciando decisiones que nos han llevado a dar prioridad al dinero, que nos hacen indiferentes a las guerras e injusticias de todo tipo, continúa " Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo ".  Francisco apela a nuestra responsabilidad, a nuestro juicio para " tomar este tiempo de prueba como un momento de elección... tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es." Francisco nos recuerda que el Señor está allí para iluminarnos y apoyarnos: " solos nos hundimos... Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza...  Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere ". Por lo tanto, estamos llamados a una conversión, contemplando la cruz en la que Jesús fue clavado: "Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad... Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza ".

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